Por Alejandro F.
Fensore
Los argentinos tenemos una muy mala costumbre: somos
especialistas en maltratar y denostar a nuestros personajes y héroes. En la
actualidad es fácil hablar mal de un gran deportista, de un gran actor, de un
gran escritor, etc., sin tener en cuenta el gran aporte que le hizo al país,
independientemente de su vida privada. Basta que ese personaje cometa un error
para condenarlo. Lo mismo pasa con los hombres y mujeres de nuestra historia
argentina, que está colmada de ejemplos. Haré referencia a algunos de ellos.
José de San Martín fue uno de los héroes más grandes de la
historia universal: era un militar profesional que libertó tres países y que
protagonizó el cruce de una cadena montañosa más épico que se conozca. Tuvo
renunciamientos y sacrificios en beneficio de la patria. Sin embargo, en
nuestro país se lo despreciaba y odiaba, a tal punto que tuvo que exiliarse
para siempre y soportar que se burlaran de él diciendo que se quería coronar
como rey. Siendo el Padre de la Patria, aún hoy se lo castiga: algunos
historiadores ponen en duda su fidelidad a la patria dejando abierta la
posibilidad que Don José fuera agente inglés, y por ende, traidor a la causa.
Tales calumnias serán objeto de un futuro trabajo de investigación mía para
refutar semejantes calamidades.
Ya nadie se acuerda que el Libertador quiso ofrecer sus
servicios durante las agresiones de Francia e Inglaterra durante la etapa de
Rosas. A nadie le importa que San Martín en su testamento haya legado su sable corvo legendario a Juan
Manuel de Rosas por su firmeza en defender nuestra soberanía ofendida por
extranjeros. Es fácil denostar sin argumentos convincentes.
Manuel Belgrano es otro ejemplo: brillante abogado,
economista y militar improvisado que escribió páginas gloriosas de nuestra
historia. Luchó por la patria en condiciones denigrantes: tenía múltiples
enfermedades, pobreza extrema durante su campaña, y hambre desgarrador. Pero
murió olvidado sin una sola moneda: la lápida de su tumba se hizo con el mármol
de un mueble perteneciente a su hermana, pues no había dinero para mandarla a
hacer. En sus últimos días ponía avisos clasificados para dar clases de idiomas
por unos pocos pesos para aliviar su miseria. Justo él , que dio todo por la
patria. Sòlo un periódico recordó su muerte. Sin embargo, también hoy Belgrano
es objeto de maltrato: hay gente que lo tilda de homosexual. Con mucho respeto
hácia la gente que opta por un modo de vida, Belgrano era muy hombre y un gran
seductor con las mujeres. Pero basta decir que tenía voz aflautada y maneras
finas y elegantes para estigmatizarlo para siempre.
María de los Remedios del Valle fue Generala de los
ejércitos de Belgrano: hay páginas de gloria dedicadas a ella. Sin embargo,
terminó su vida mendigando en Plaza de Mayo. Cuando mostraba en la calle sus
heridas y decía que las había obtenido en acciones de guerra en defensa de la
patria, todos la trataban de loca. Un buen día, el General Viamonte la descubre hecha una mendiga, y
decide llevar la propuesta de una pensión vitalicia, un monumento y una
biografía a la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires.
Finalmente, y luego de un conflicto de competencias con el Congreso Nacional, se
aprueba la propuesta de Viamonte. Pero como pasa siempre en la engorrosa
burocracia argentina, el expediente de María de los Remedios quedó traspapelado
en una canastilla, y la heroína murió en la mendicidad sin pensión, sin
monumento y sin biografía. Injusta omisión a quien dio su vida por nuestra
independencia.
Juana Azurduy también fue víctima del desagradecimiento.
Junto a Manuel Ascencio Padilla (su marido), hizo la vida imposible a los
realistas con su guerrilla infernal. La guerra hizo que Juana perdiera a su
esposo y a la mayoría de sus hijos. Doña Juana no recibía pensión por su rango
militar. Sólo Bolívar y Sucre se acordaron de ella, dándole una pensión de $ 60
que luego fue aumentada. La realidad es que Juana cobraba de vez en cuando, y
murió olvidada y pobre en compañía de su hija menor.
Si vamos a personajes más contemporáneos, Illia era un
Presidente honesto y sencillo que seguía ejerciendo su profesión de médico: fue
uno de los pocos estadistas argentinos que no se enriqueció a costa del estado,
y que murió pobre. Sin embargo se burlaban de él y le decían “la tortuga” por
su lentitud en su acciones. Muchos pidieron a gritos su derrocamiento, e Illia
terminó yéndose de la Casa Rosada sencillamente en un taxi, agobiado y
humillado.
En esta pequeña muestra, intento demostrar que los
argentinos sólo nos fijamos en intrascendentes aspectos, y no nos fijamos en lo
verdaderamente importante que han dejado los personajes reseñados. Estoy de
acuerdo con lo que decía Carlyle: “ Hablemos, pues, de los héroes, del papel
que les tocó representar y del éxito que obtuvieron, de aquello que denomino
culto del héroe, y de lo heroico en los humanos asuntos”.
Pienso y sostengo que el gen argentino está plagado de
ingratitud, desprecio y de una dosis de envidia. Espero y ruego que esta
tendencia cambie ahora mismo.