Por Alejandro F.Fensore
En el mes de Febrero de 1824, se sublevó el ejército patriota en la Fortaleza del Callao, en las afueras de Lima, cuando San Martín estaba ya fuera del escenario americano. Este hecho tuvo mucha significación en la historia por actos de heroísmo y también de traición. La guarnición militar estaba formada por los restos del ejército libertador de Chile y del Perú, así como también los regimientos del Río de la Plata, entre ellos, el de Granaderos a Caballo. El amotinamiento obedeció a la falta de pago por más de 5 meses, pero el problema se acrecentó porque el día anterior al motín, fueron abonados los sueldos de los jefes y oficiales, pero no el salario de los soldados. Pero los motivos también fueron otros: el cansancio de los soldados que querían volver a sus hogares luego de tanta lucha, y el rechazo que tenían dichos soldados por Bolívar y por las preferencias que este daba al ejército colombiano. Lo cierto es que participaron algunos jefes, oficiales y tropa del ejército que antiguamente dirigía San Martín. A la cabeza de este motín estaban los sargentos Moyano y Oliva del Regimiento del Río de la Plata, que habían participado en toda la campaña de los Andes. Secuestraron al gobernador del Callao Rudecindo Alvarado y a todos los jefes y oficiales de la guarnición, quedando estos sargentos dueños de la situación. Moyano y Oliva se vieron desbordados por el movimiento que ellos ocasionaron y no pudieron contener los excesos de la tropa sin jefe, pues dos sargentos no podían ni tenían capacidad de mando. El jefe español José María Casariego estaba preso en las casamatas del Callao, y teníe mucho diálogo con Oliva. El español aconsejó a Oliva y Moyano que liberaran a los presos españoles y los reemplazaran por la tropa sublevada para calmar los ánimos. Casariego prometío que los españoles iban a comportarse como es debido y que este era el único modo de sofocar la rebelión. En realidad, Casariego tomó partido de la confusa situación, y gracias a esta maniobra recuperó la Fortaleza del Callao para el Rey. Además convenció a Moyano y a Oliva sobre las recompensas que iban a obtener del Rey por los servicios prestados, y obtuvieron importantes cargos militares dentro del ejército español en la Fortaleza. A su vez, Moyano y Oliva convencieron a otros sublevados que esta era la única manera de asegurarse la vuelta a casa, luego de tantos años. Con los años, Moyano y Oliva ocuparon altos cargos en España y fueron colmados con honores, mientras que Casariego vivió en América de la limosna de los conventos de Lima sin que el Rey español se acordara de sus servicios.
Al día siguiente de la sublevación, se encontraba como centinela en el torreón del Real Felipe un soldado negro del Ejército de los Andes llamado Antonio Ruiz y apodado con el nombre de guerra “Falucho”. Era un soldado valiente y con un profundo amor a la patria, y en lo alto de la torre velaba por el pabellón argentino. Cuando Casariego ordenó bajar el pabellón argentino y enarbolar nuevamente el español, varios antiguos compañeros de Falucho fueron a la torre a cumplir la órden para luego dar las salvas de honores correspondientes. Al ver esto, Falucho se echó al suelo y se puso a sollozar amargamente. Sus antiguos compañeros le ordenaron que se pusiera de pie y presentara el arma al pabellón del rey. Falucho expresó: -yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado siempre-. Luego se apoderó del fusil que dejó antes caer, tomándolo del cañón, y lo hizo pedazos contra el asta-bandera, lleno de dolor. Al mismo tiempo, sus ex compañeros le gritaban:- Revolucionario!¡Revolucionario!-. Falucho contestaba: - ¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor!-. Inmediatamente tomaron prisionero a Falucho, lo arrodillaron en el piso y cuatro tiradores lo ultimaron a balazos en el pecho y la cabeza. Resonó el grito de Falucho en el instante de la ejecución:- ¡Viva Buenos Aires!-. Así murió el gran mártir de la patria, y merece ser recordado como un gran soldado que amó su patria por encima de todo.
Los que estaban presos en la fortaleza, tuvieron que sufrir muchas penurias y tormentos. Algunos escaparon y fueron perseguidos mucho tiempo por los españoles. Todos estos sufrimientos terminaron con la batalla de Ayacucho: la última batalla por la independencia.
Fuentes:
- Mitre, Bartolomé. “Episodios de la revolución”. Eudeba.(1960)
- Mitre, Bartolomé.”Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”.Anaconda.(1950).
- Pacífico Otero, José.”Historia de San Martín”.(4 tomos).Sopena.(1949).